Wang Bing
El cineasta chino Wang Bing es un nombre crucial
del cine contemporáneo. Si alguien quiere saber qué sucede en el cine
documental del presente, debería ver alguna de sus películas. Su distinguible
estilo observacional y su sensibilidad por los seres filmados, en medio de las
transformaciones de la China del siglo XXI, lo convierten en el principal
heredero del cine documental clásico, emparentándolo con nombres de la altura
de Wiseman o Depardon. Mientras su brillante carrera es seguida en profundidad,
sin ir más lejos, en nuestros países vecinos (festivales y proyecciones en
Marsella, París, Lisboa, donde su obra está siempre presente en lugares
destacados de la programación, donde es invitado a menudo, en el país galo se
han publicado dos libros en España sus trabajos son ignorados por las
infraestructuras de exhibición y estudio del cine.
Una vez su valía fue descubierta en Al Oeste de
los raíles (Tie Xi Qu, 2003-2005) se le hizo un caso inicial en algunos pocos
festivales españoles (Punto de Vista, posteriormente Documentamadrid) con sus
primeras películas (He Fengming, 2007), también proponiéndole participar en
algun proyecto desde instituciones culturales (CCCB). A partir de ahí, cuando
su carrera toma cuerpo, el seguimiento de su obra por parte del mundo
cinematográfico español es nulo. Sus últimas películas, que son obras
monumentales, permanecen casi inéditas. Apenas se programó alguna vez
esporádica Three sisters (San zimei, 2012) que fue estrenada en Venecia, donde
ganó la prestigiosa sección Orizzonti, ganó también DocLisboa, fue programada
en festivales de Europa, América, Asia y Oceanía y estrenada en salas francesas.
Su impresionante ‘Til madness do us part (Feng ai, 2013), que estuvo presente
en los festivales de más calidad del mundo, aseguraría que en España ni se ha
proyectado. Lo mismo sucedió con Father and sons (Fu yu zi, 2014) aunque este
film tiene una peculiaridad que la hace algo más inaccesible para el público
que las dos anteriores. En 2016 se estrenó en la Berlinale su último
largometraje, Ta’ang. De nuevo, es una película documental extraordinaria.
Las refugiadas Ta’ang
Esta película transcurre en diversos lugares
fronterizos entre Myanmar y China. Ilustra el auge de un conflicto bélico que
tuvo lugar durante la primera mitad de 2015 y pasó bastante desapercibido por
los medios de comunicación internacionales. El conflicto afecta a la etnia
Ta’ang, que da título al film. Una “pequeña” guerra, si alguna guerra puede
considerarse pequeña en relación a aquellos que la sufren, que enfrenta a
minorías étnicas con el gobierno dictatorial birmano, pero especialmente
relacionada con la difícil región de Kokang, vinculada desde hace décadas con
el cultivo y tráfico de drogas a gran escala. Wang Bing no resalta las
circunstancias geopolíticas del conflicto, dando solo unas pinceladas de
información al inicio y al final. Se centra en algunas personas afectadas por
esta guerra, convirtiéndolas en víctimas de cualquier otra guerra, desde el
presente hasta la antigüedad. No vemos ninguna acción bélica, ni heridos ni
disparos, pero sus facciones atemorizadas y sus inquietantes diálogos
transmiten miedo, desconcierto, frustración. A modo de contraste también hay
pizcas de alegría, pues los niños pequeños encuentran siempre un buen momento
para jugar o distraerse a pesar de la situación que les rodea.
Los protagonistas del filme son mujeres, las
cuales acarrean niños y ancianos hacia campos de refugiados improvisados o
hacia las primeras ciudades chinas pasada la frontera. El cineasta se une a
ellas, filmando en estos espacios, pueblos, campamentos, caminos. En estos
distintos lugares, despliega su dispositivo habitual. Filma situaciones dejando
que transcurra cierto tiempo, para observarlas y darle la duración necesaria
para que sintamos todo lo que sucede. Los pequeños detalles, las historias
mínimas de una de esas mujeres, sus palabras y gestos, se convierten con el
paso de ese tiempo en una honda descripción del ser humano, de su sentimiento a
lo largo de toda su existencia. Por ejemplo, por citar una secuencia de las
muchas destacables, es significativa de estos sentimientos una llamada nocturna
de una joven madre que intenta localizar a los abuelos de la familia, rostro
angustiado en la oscuridad, palabras entrecortadas. ang Bing destaca por filmar
de cerca las personas, durante largos periodos de tiempo, y con una gran ética
y respeto por los filmados. Con todo ello, acaba pasando muy desapercibido,
logrando una sensación excepcional para quien visiona el filme, la de sentir la
presencia del cineasta, pero a la vez sentirlo transparente. Tiene este don.
Una sensibilidad singular para abrir los ojos, ver a las demás personas y
permanecer ahí. Algo que no se aprende en las escuelas de cine ni tampoco
viendo muchas películas como hacemos críticos y analistas.
En Ta’ang, pero, se dan unas circunstancias
distintas a sus filmes anteriores. Mientras en los otros espacios (una fábrica,
una casa, un manicomio) los filmados se acaban familiarizando con su presencia,
aquí es una situación de emergencia, donde la figura del camarógrafo es
insólita. Es la única cámara que hay y está filmando una guerra. No puede
hallar toda la calma que en otras películas obtiene. Esto produce una
interactuación poco habitual en su cine, alguna mirada, algún saludo, sonrisas
hacia la cámara que se producen de manera espontánea. El realizador ha decidido
no esconder estos encuentros en el montaje y mostrárnoslos. El cineasta se está
caracterizando también por toparse con situaciones algo inseguras. Sus
películas se filman con valentía, sin los complicados permisos oficiales
exigidos en China. En alguna ocasión, él o su equipo fueron severamente
amenazados, lo que impidió por ejemplo la continuación del rodaje de Father and
sons, proyecto sobre la explotación laboral que quedó interrumpido. En Ta’ang
el cineasta se acerca al perfil del corresponsal de guerra. Está rondando la
primera línea de fuego, no hay protección ni presencia internacional, y al
testimoniar de manera tan directa la contienda bélica pone su vida en riesgo.
Wang Bing, a través de las refugiadas Ta’ang de
su nuevo filme, nos da pie a reflexionar sobre los derechos humanos. Muestra
familias que se ven obligadas a marcharse de sus hogares, estancias a la
intemperie, dramáticas huidas improvisadas. Oímos batallas, morteros, nos
hablan de campos de minas. Vemos el temor que les infunden los soldados
birmanos, pero también los suyos propios a través de tratos despóticos,
especialmente con las mujeres – como podemos comprobar en la primera secuencia
del filme – y con alistamientos forzosos de hombres (“no quiero ayudarles a
matar gente”, confiesa uno de los pocos varones que aparece en el filme, quien
ha huido del reclutamiento). Relatos del miedo en noches de sufrimiento e
insomnio. Seres humanos sin derechos humanos. Filmados con sensibilidad y amor
por Wang Bing pues en ningun momento olvida como cineasta que todo ser humano
es un ser humano.
Luis Betrán
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